Les preparamos fruta bien separadita en sus táper, les llevamos zumos bio y leche de almendras o la que hayamos escuchado que es mejor para criar a nuestros hijos. Ya no somos imprevisibles, todo lo medimos, lo calculamos y lo convertimos en perfecto, cuando hace 20 años disfrutábamos de los veranos sin pensar en que si me quedaba en el jardín por la noche me iban a acribillar los mosquitos, sin que mi madre me pusiera una pulsera y me echara repelente para no estar llena de abones al día siguiente, sin pensar que si montaba en bici con las chanclas corría el riesgo de hacerme una herida de ‘guerra’ que me duraría todo el verano y con la que podría fardar con el resto de colegas. Directamente sin pensar o simplemente pensando como un niño.
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